Nadie habla de nosotras. Las hijas que maternamos a nuestras madres enfermas, inválidas, apagadas, ciegas, sordas. Las hijas que somos madres de nuestros hijos e hijas pero también de nuestras madres.
Y ahí estamos, viviendo las mismas tristezas, pero nadie nos consuela como a las madres que están en neonatología cuidando de sus bebés. Porque la sociedad no valora a los viejos o adultos enfermos (mi mamá tiene 68, no es “vieja”), no dan ternura ni pena como los bebés enfermos, sino todo lo contrario.
Y acá estamos, son las cinco y media de la tarde y las vinimos a visitar. Como el estacionamiento de cochecitos de bebés de un jardín de infantes, en el geriátrico hay una fila de sillas de ruedas de los abuelos que están en la cama, esperándolos para aguantar sus cuerpos cansados ya.
—¡Hola, mi amor, qué linda que estás! —le dice Fernanda a su mamá, sacando de su cartera el alfajor de chocolate que le trajo hoy.
Todavía hay sol, entonces Liliana pone la silla de ruedas que carga a tu mamá, que es no vidente, ante sus rayos de calor.
—Donde entra el sol, entra el médico, ¿sabés, mamá? —la mima.
Yo, de la mano de mi mamá, pongo mi cara enfrente de la suya para que me vea, pues tiene la mirada perdida, y llorando, rota, pero tranquila le digo nuevamente:
—Mamá, ¿viste que yo tuve a Vita?
—Sí —me responde, y yo elijo creer que realmente se acuerda.
—¿Y viste que ella nació sin vida? —ahí no pude mirarla, tuve que bajar la mirada para respirar, y continuar — Bueno, dicen que ella está en el cielo, o en otro plano… y cuando vos no aguantes más en este plano, ella te está esperando… podés cuidarla, o estar con ella… pero no vas a estar sola, ¿sabés?
Un poco más liviana le sigo diciendo, como en casi todas mis visitas:
—Vos ya hiciste todo lo que tenías que hacer acá, ma, y mucho más. Si vos sufrís mucho ya, podés irte cuando quieras… Nosotros vamos a estar bien…, no tenés nada de qué preocuparte. Mati y papá tampoco quieren que sufras.
Porque ya está, ya es suficiente dolor el que tiene y no se le va a ir… Podría contarles la última parte de su historia clínica para que lo comprendan y ponerlos en contexto resumidamente: plandemia Covid, por la cual las urgencias aniquilaron a millones de personas además de gripe tenían patologías graves, y cuando las aguas se calmaron ya fue tarde. Ahora las vemos caer… Ella ahora además de demencia grave tiene cáncer de mamá avanzado.
Y entra el juego el «egoísmo» de querer seguir «teniendo» a nuestros seres queridos a nuestro lado versus la realidad que ven nuestros ojos: de estar con lucidez, ¿quisieran ellos estar viviendo como están viviendo? usando pañales, en silla de ruedas pero sin poder mover más que un poco una pierna y un poco los brazos, sin poder decir una frase coherente (o solo de vez en cuando), y lo más importante: con dolor, con mucho dolor, que por suerte la mayor parte del tiempo lo tapan los calmantes. Pero, ¿qué es la realidad? porque digo que nuestros ojos ven «la» «realidad» de nuestros seres enfermos hoy, ¿o será «una» nueva «realidad» con la que nosotros no podemos todavía lidiar y menos que menos esta sociedad?
Los viejos no sirven, los enfermos tampoco. Olvidamos todos los aprendizajes que los primeros tienen para dejarnos e ignoramos todo el valor que los segundos vienen a enseñarnos. Ninguna escuela nos enseñó a valorarlos. Ningún sistema nos ayudó realmente a cuidarlos y al mismo tiempo poder seguir con nuestra vida: cuando la situación se pone compleja, pareciera que hay que elegir a veces entre: cuidar a nuestros mapadres enfermos o trabajar y criar/acompañar a nuestros hijxs (y estar algo disponibles para nuestra pareja o amigxs).
¿Quién es esa mujer que tenemos enfrente ahora?, ¿la que nos gestó, nos acunó, nos abrazó, nos alimentó?, si ahora somos nosotras las que le damos de comer en la boca como a un bebé mientras nuestros hijos nos esperan afuera… ¿cómo puede ser?, ¿cómo nadie nos dijo que esto podía suceder?
Como decidí con mi compañero dejar la ciudad y mudarnos al campo, con nuestros dos hijos, yo no puedo estar maternando como estas mujeres a mi mamá; vivo a 1.200 kilómetros y mi pasar económico ahora no es el mejor. Además, hace cuatro meses y medio falleció mi hija. Porque además de que nuestras madres y padres enferman, en nuestra vida pasan cosas intensas también. Pero trato de ir todos los meses y pasar unos días con ella, que siempre me recibe con todo su amor, porque ese no enferma.
—Dale, mamá, abrí la boca! —le dice la mamá de Rocío a su madre, Juana.
—¡El que no come no va a la cama! —incentiva a todos en el comedor Fernanda.
—¿No vas a comer más? —le digo yo a la señora de enfrente, que solo comió un bocado que le dio el enfermero, que a la vez tiene que darle de comer a todos los demás que no tienen visitas alimentarias. Y le pido permiso para limpiarle con un trapito la baba que le manchó el pecho, ese que seguro abrazó a alguien que hoy no puede estar.
Marianela Casanova